Veracruz,
Veracruz, viernes 24 de febrero. Son las 7:30pm y todos caminamos
rumbo a la explanada de la Plaza del Malecón, ubicada muy
cerca del legendario café “La Parroquia”, justo
entre el puerto, el mar y la singular Torre PEMEX. Somos unas trescientas
o cuatrocientas personas y lo que pretendemos lograr es obtener
un buen lugar para ver, escuchar y disfrutar el concierto de Gilberto
Santa Rosa en esta ciudad.
Los
minutos pasan y poco a poco la gente va llegando, buscando y escogiendo
un sitio para disponerse admirar la presentación del cantante
puertorriqueño, programada dentro de las actividades del
Carnaval 2006 para las 8:30pm. Mientras, un par de cervezas “para
refrescar el ambiente” y la clásica contemplación
de los aledaños son la mejor receta para pasar el rato.
8:30pm,
ya estamos cerca del escenario, casi hasta donde las vayas nos lo
permiten y para entonces la multitud ha crecido a pasos agigantados.
Debemos ser unas cuatro o cinco mil personas y el calor comienza
subir. El aire ha dejado de correr libremente entre todos nosotros
y, por si fuera poco, ya no hay ni cervezas ni botellas de agua
a la mano. Los vendedores han desaparecido ¿Se los tragó
el mar o decidieron pasarla mejor afuera de todo el tumulto? Sólo
ellos lo saben…
9:45pm,
ha pasado más una hora y el cantante no llega. Frente al
escenario hay una zona “VIP” que sigue vacía
y los guardias de la Naval, mejor conocidos como “cascos blancos”,
han comenzado a cerrar sus filas. Esperanzados, los que llegamos
desde temprano creemos que ya falta poco para que comience el concierto,
pero lo cierto es que las cosas aún no caminan.
10:30pm,
cero y van dos; dos horas de retrazo. La multitud es tal que ya
es imposible moverse; debemos ser unos siete u ocho mil individuos.
Pensar en salir en busca de un trago o simplemente a tomar aire
fresco es pensar en perderse el concierto. Peor aún imaginar
que se puede penetrar esta masa humana para ver de cerca a Gilberto.
Sólo queda seguir esperando. Firmes como soldados, sin mover
siquiera los brazos y levantando la nariz lo más alto que
se pueda para coger el poco aire que pueda llegar acompañado
de las brisas del mar.
La
gente ha comenzado a contar chistes, a hacer alarde de regionalismos
y alusiones personales contra los vecinos en formas porriles que,
entre mentadas de madre y señas “jocosas”, buscan
animar el ambiente y sobre todo aliviar la demora. Incluso, Juanito,
que estaba “hasta las manitas” y que bebía y
bebía su cañita mientras brincaba de gusto, ha decidido
irse a su casa. Lo curioso es que aquí, adentro, nadie lo
extraña…
11:30pm,
las cosas ya no son como antes. Algo ha pasado con la planta generadora
de luz y la música grabada que animaba el ambiente ha dejado
de oírse. Las luces del escenario se han apagado y las botellas
inflables de una conocida empresa cervecera que flanqueaban la tarima
han comenzado a hacerse pequeñas. Empieza a correr el rumor
de que el evento se canceló y todos, inquietos, volteamos
a vernos con caras de incertidumbre esperando que alguien nos de
la respuesta.
12:05am,
la zona “VIP” ha comenzado a llenarse. Funcionarios
locales, personajes distinguidos del Carnaval y “gente bien”
de la sociedad porteña, llega al recinto como sin saber qué
es lo que pasa y escoge un lugar “pa’ver de cerquita”
a Santa Rosa. Quince minutos más tarde, los músicos
de la orquesta suben al entarimado, conectan y alinean sus instrumentos
y, entre prueba y prueba, comienzan a tocar. Después, sin
presentación alguna o alguien que al menos dijera “agua
va” o pidiera al menos una disculpa por la demora, sale Gilbertico,
agarra el micrófono y empieza a cantar. La gente se anima,
la bulla es tremenda y las rechiflas también. Como siempre,
no falta el que antes de aplaudir lanza dos o tres gritos y exclamaciones
fuertes tratando de sacar el enojo.
Santa
Rosa, notablemente más delgado que la vez anterior que se
presentó en Veracruz, ataviado con un saco sport color beige,
jeans marinos y una elegante camisa blanca, lanza un popurrí
de temas que, yendo de una a otra, a otra y a otra sin detenerse,
dura unos treinta o cuarenta minutos. El sonido dispuesto para el
evento es de primera, los músicos que acompañan al
boricua son impecables, todos son limpios en su ejecución
y la comunicación de Gilberto con el director de la orquesta
-trombonista también- parece la de un par de cómplices
a los que les basta una mueca o un ademán para saber todo
lo que el otro le está diciendo.
A
continuación, una pausa de unos cuatro o cinco minutos en
los que Santa Rosa saluda cálidamente al público veracruzano
y a la reina del Carnaval, para poco detrás seguir con la
segunda tanda compuesta de otro popurrí que dura casi lo
mismo que el inicial. Mientras tanto, aquí entre nosotros
el cansancio es demasiado. El concierto sin duda es muy bueno, Gilberto
es –como pocos- un artista muy serio y profesional, pero la
tardanza que hoy ha tenido con los que esperamos y el cansancio
que ella nos ha causado simple y sencillamente nos impide disfrutar
el concierto. Algunos, incluso siguen gritando sus quejas y otros
ya sólo esperan que se acabe el evento.
Es
la 1:30 de la mañana y ya nadie aguanta las piernas y los
pies. Las caras ya son una mezcla de cansancio y coraje, que se
matiza por una sonrisa noble y sentimientos extraños. El
show ha sido breve, bueno, nada espectacular y Gilberto ha interactuado
muy poco con los jarochos. Como era de esperarse ha interpretado
temas convertidos ya en clásicos de la salsa como: “Me
volvieron a hablar de ella”, “Amor mío no te
vayas”, “Te propongo”, “No quiero na’regalao”,
“Vivir sin ella”, “Vino tinto”, “Sin
voluntad”, “Impaciencia”, “Perdóname”
y “Qué manera de quererte”, entre otros. Pero
tras una espera de cinco horas y una presentación que pareció
darse más por compromiso que por otra cosa, no queda mucho
ánimo como para seguir la fiesta o para comentar el evento.
Lo que todos queremos es sentarnos en cualquier parte y, en el mejor
de los casos, llegar a casa para dormir y soñar que el programa
se cumplió como era debido.
Después
de todo, quizás, para las autoridades locales o para los
organizadores del suceso ésta era sólo una más
de las actividades carnestolendas. Para nosotros, los salseros,
era también una más, pero una más de las presentaciones
de Gilberto Santa Rosa y no cualquier otra cosa. Era pues una más,
una más de esas que hay que gozar, bailar y rumbear hasta
que el cuerpo dijera “no más”. No una más
de esas que después uno recuerda como “aquella en la
que no pudimos bailar”.
Enero
2006
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Se puede bajar y usar las fotos libremente
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