De todas aquellas
personalidades, más vastas que la vida, que se conjuntaron
en el Buena Vista Social Club, Ibrahim Ferrer parecía el
menos propenso a emerger como figura internacional. De modales suaves
y voz gentil, Ferrer ha cantado con muchas de las legendarias agrupaciones
en Cuba pero nunca supuso que causaría el revuelo que hoy
provoca. Ferrer, delgado y fuerte, como hecho de alambre, cubierto
con su gorra eterna, parecía esencialmente un talento colaborador,
colateral -una envoltura para muchos otros caracteres coloridos
de los grupos con los que cantaba. Esa misma fue su imagen en 1996,
durante sus giras fuera de la isla con Afro-Cuban All Stars y como
solista del grupo de Rubén González.
No obstante,
después de sólo tres años, Ferrer retacaba
las salas de concierto más importantes del mundo -el Royal
Albert Hall, el Sydney Opera House, el Orchard Hall en Tokio- y
recibía ovaciones arrebatadas de los públicos para
quienes encamaba, en corazón y alma, el fenómeno llamado
Buena Vista. Hace dos años, en medio de una gira por Japón
con el Buena Vista, y después de llenar diez auditorios con
capacidad para diez mil personas cada uno, Ferrer quiso comprarse
un kimono, así que una mañana salió a caminar
por el centro de Tokio. Lo inesperado fue que el tráfico
se detuvo casi por completo mientras varios hombres de negocios
y empleados trajeados, se aproximaron a Ibrahim y le pidieron, nerviosos,
un autógrafo. Lo sorprendente es que esto le haya ocurrido
a un septuagenario cantante cubano.
Ibrahim Ferrer
nació en 1927, cerca de Santiago, en el oriente cubano, la
región isleña de donde han surgido géneros
musicales tales como el son tradicional y el romántico bolero
con influencias europeas. Las circunstancias de su nacimiento reflejan
esa mezcla de lucha y gozo que marca toda su vida: su madre comenzó
el trabajo de parto en un salón de baile. Durante su niñez
estuvo a punto de morir de tétanos y pese a que anhelaba
ser médico, después de la muerte de su madre tuvo
que lanzarse a la calle, a los doce años, a vender dulces
y palomitas de maíz para sobrevivir. Un año después,
formó un grupo junto con su primo. Los jóvenes del
Son, tocando en las fiestas del barrio. En su primera presentación
se ganó un peso cincuenta centavos "y me sentía
millonario", afirma. Después comenzó a cantar
con algunos grupos locales como el Conjunto Sorpresa, el Conjunto
Wilson y el Maravilla de Beltrán, de Pacho Alonso.
En 1955, obtuvo
un éxito con el disco "El platanar de Bartolo",
junto a la Orquesta Chepín-Choven, el grupo más connotado
del Santiago de entonces. Esto le dio algo de fama pero la canción
tuvo repercusiones más amplias sin que su nombre apareciera
en los créditos. "Me habría emocionado si mi
nombre se hubiera conocido", dice, "pero eso nunca ocurrió.
Por lo menos, tengo la satisfacción de saber que la canción
se hizo popular".
En 1957 se mudó
a La Habana y trabajó con la legendaria Orquesta Ritmo Oriental,
del gran Beny Moré -tal vez el músico cubano más
importante del siglo xx- antes de entrar de nuevo al grupo de Pacho
Alonso, que también se había ido a La Habana; ahora
se llamaban Los Bocucos, nombre tomado de un tambor que se usa en
el carnaval santiaguero. En todas estas encamaciones, Ferrer era
quien cantaba las guarachas, los sones y otros números a
contra ritmo. Pero su emoción pertenecía más
a lo clásico, a la forma más cadenciosa y destilada
del bolero. "Pero siempre me dijeron que no era bueno para
eso", comenta, "que mi voz quedaba mejor en las piezas
bailables".
A lo largo de su carrera, Ferrer creyó que una especie de
mala suerte lo perseguía y que la falta de fe de sus colegas
músicos lo frenaba. "Con Beny Moré y Pacho Alonso,
yo siento que estaba haciendo algo importante, pero siempre estuve
a la sombra. Sentía que el público me quería,
pero mis compañeros no." Algunas canciones hechas a
su medida le eran asignadas a otros cantantes. Cuando por fin pudo
cantar un bolero de éxito, "Santa Cecilia", los
arreglos para el piano desaparecieron misteriosamente. Y cuando
una de sus canciones, "La historia de Benetín",
se hizo popular en la televisión, los miembros de su grupo
le dijeron que la canción no servía. Se sintió
tan humillado que juró no volver a cantar esa canción.
"El desconsuelo me marcó para siempre.
Después
de eso yo perdí el entusiasmo por la música".
Llegó a pensar que había una especie de maldición
en tomo suyo.
Sin embargo,
la vida le trajo también momentos importantes. En 1962, Los
Bocucos hicieron una gira por el mundo socialista y se presentaron
en la Féte de1'Humanité, en París, para el
partido comunista francés, en la Exposición Vemo en
Praga y, finalmente, en el Teatro Boishoi de Moscú.
Hay una foto
de Ferrer que lo muestra con doscientos marineros rusos en el puerto
de Talinn; pudo sentarse, incluso, al lado del premier soviético
Nikita Khmschev en una cena celebrada en el punto más álgido
de la crisis de los misiles cubanos. "Era un buen hombre",
recuerda Ferrer. "Bajito, con una calva muy lustrosa. Pero
habíamos estado de gira por dos meses, así que no
habíamos oído las noticias. No teníamos idea
de lo que estaba pasando".
Ferrer se quedó
en Los Bocucos hasta su retiro en 1991. Al dejar la música,
su sentimiento principal fue de alivio, pese a que tuvo que regresar
a las calles a vender billetes de lotería y bolear zapatos
para sobrevivir.
Una tarde, hace
siete años, durante las sesiones del Buena Vista, Ry Cooder
preguntó si podían encontrar una voz más suave
para el bolero.
Juan de Marcos
González, el director musical de Sierra Maestra y asesor
de arreglos y grabación en las sesiones del Buena Vista,
pensó de inmediato en Ibrahim y fue a su casa a pedirle que
grabara con ellos. Al principio "yo no me interesé",
comenta Ferrer. "Había sufrido tanto con la música.
Me sentía... no sé cómo explicarlo... desilusionado
con mi vida en la música. Pero me siguió insistiendo
hasta que estuve de acuerdo en grabar un número con él.
Pero le dije que no iría a ninguna parte sin tomar antes
un baño. Y entonces él me dijo, no, no, ¡si
están grabando en estos momentos! Así que dejé
los zapatos que estaba lustrando y me fui a los Estudios Egrem.
Cuando llegué al estudio, me encontré a Rubén
González con Compay Segundo, Eliades Ochoa, Barbarito Torres,
'Guajiro' Mirabal... gente a la que había admirado toda mí
vida. Empecé a tararear mientras Rubén González
improvisaba en el piano, y cual sería mi sorpresa que me
di cuenta que podía seguirlo. Eliades Ochoa me vio y comenzó
a tocar la pieza de Faustino Oramas que yo canto, una que se llama
'Ay, candela'. Ry Cooder y Níck Gold estaban en la cabina.
Yo no sabía quiénes eran, pero me pareció que
les gustaba mi voz. Y cuando canté el bolero 'Dos gardenias',
realmente me hicieron caso. Todavía no puedo creer que haya
yo llegado ahí a grabar un número y terminara cantando
en casi todos ellos. Y me habían escogido por ser un cantante
de boleros."
Ferrer canta
en el álbum Afro-Cuban All Stars, que fuera nominado para
el Grammy, y en el álbum Buena Vista Social Club, ganador
de un Grammy y más de 5 millones de copias vendidas. El álbum
subsecuente. Buena Vista Social Club presenta a Ibrahim Ferrer,
producido por Ry Cooder, ya vendió un millón y medio
de copias. Este disco demuestra sus formidables habilidades para
improvisar ritmos y, lo que es más importante, su maestría
del bolero -el más notable es "Silencio", donde
canta a dueto con Ornara Portuondo.
Durante los
últimos cuatro años, Ferrer ha estado de gira por
el mundo de manera prácticamente constante. Su grupo es "un
sueño hecho realidad", pues cuenta con músicos
de la estatura de 'Guajiro' Mirabal -"el mejor trompetista
que conozco"- y Cachaíto López, considerado el
más grande bajista cubano. "Tuvimos a 28 mil personas
bailando en la lluvia, en Munich", se ríe Ibrahim. "Donde
quiera que vamos las mujeres gritan. Una mujer se desmayó.
Una me dio su pañuelo empapado en lágrimas, otra su
anillo de compromiso..." "La gente me pregunta siempre
cuál es el secreto del Buena Vista Social Club, y yo les
digo que es el gusto que sentimos de tocar juntos".
Su apertura
hacia la música de otras personas, aunada a una versatilidad
impresionante, le permiten darle un estilo propio a casi todas las
formas musicales a las que se enfrenta. Por eso su participación
en el álbum más reciente de la Orquesta Baobab, donde
canta en castellano sobre una melodía en lenguaje wolof,
alternando con Youssou N'Dour, es tan natural y al mismo tiempo
tan fuerte y emotiva.
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